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La vida es una lucha contra el mal Autor: P. Angel Peña O.A.R.

Capítulo 11: Devoción a María, humildad, obediencia, objetos benditos.

La devoción a María

Una de las más poderosas armas contra el diablo es la devoción a María. Dice San Luis María Grignion de Montfort que “María es el enemigo más terrible que Dios ha hecho contra el demonio”. “María participa maternalmente en la dura batalla contra el poder de las tinieblas, que se desarrolla a lo largo de toda la historia humana” (Redemptoris mater 47). Ella nos ha entregado el rosario como el arma más poderosa (después de la misa) contra el maligno y nos pide rezarlo todos los días. El Beato Padre Pío decía: "Cuando recitamos el Avemaría, se alegra el paraíso, tiembla el infierno y huyen los demonios". Un día el Padre Fausto Negrini, exorcista, le preguntó al demonio por qué tenía tanto terror a la Virgen María y respondió: "Porque es la criatura más humilde y yo soy el más soberbio, Ella es la más obediente y yo el más rebelde, Ella es la más pura y yo el más impuro... Es la única criatura que me puede vencer enteramente, porque no ha sido jamás manchada con la más pequeña sombra de pecado".

San Antonio María Claret nos habla del gran poder de María contra las tentaciones del maligno. Cuenta en su Autobiografía cómo superó una fuerte tentación contra la castidad con la ayuda de María. Dice así: "No obstante el cuidado con que se apartaba de todos los peligros, Dios permitió que sufriese una tentación, la más fuerte y vehemente contra la santa pureza, que tanto apreciaba. Y fue de esta manera. A principios del año 1831 tuvo un fuerte catarro. Le mandaron a guardar cama y obedeció. Uno de aquellos días, a las diez y media de la mañana, tuvo tan recia tentación contra la castidad que no sabía qué hacer para vencerla. Invocaba (a María), al santo ángel custodio, a San Luis Gonzaga y demás santos de su devoción, pero no hallaba alivio. Se signaba la frente, haciendo tres cruces y diciendo: "Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro", pero todo era en vano... En un momento, en que se volvió a la parte derecha vio a María Santísima, hermosísima, vestida de color de rosa bastante encarnado y manto azul, con muchísimas guirnaldas de rosas en su mano izquierda y en la mano derecha tenía una corona muy linda de rosas y le dijo: Esta corona es tuya, si vences. Apenas acabó de decir estas palabras, cuando le puso en la cabeza la corona...

Después de haber visto detenidamente a la Virgen y a los santos patronos, volvió su vista a la parte izquierda y vio en el aire, a distancia como de tres varas, un grande ejército de demonios formados, como se repliegan los soldados después de una batalla. Así concluyó la visión, quedando muy alegre y animado. Sed todos devotos de María". Esta misma visión la cuenta en la primera parte de su Autobiografía, en primera persona, y dice: "Lo que me hizo creer que fue una realidad y una especial gracia de María es que, en el mismo instante, quedé libre de la tentación y por muchos años estuve sin ninguna tentación contra la castidad... ¡Gloria a María! ¡Victoria de María!". Son palabras textuales del santo, que nos indican la poderosa eficacia de la intercesión de María.

Pero la intercesión de María no es sólo poderosa en las tentaciones contra la pureza, sino también contra tantos errores doctrinales, que envenenan la vida de muchos de nuestros contemporáneos. Por eso, es interesante el testimonio de Bruno Cornacchiola, un italiano que durante más de cuarenta años ha recorrido el mundo, hablando de su conversión y de los mensajes que le ha dado María en sus apariciones. Él había sido bautizado de niño, pero a los 25 años, militando en la guerra civil española, un compañero alemán lo induce a dejar la Iglesia y hacerse adventista, inculcándole un gran odio al Papa, a la Virgen y a la Iglesia Católica. Después de la guerra, regresa a Roma, su ciudad natal, rompe todas las imágenes religiosas y crucifijos de su casa y se une a los adventistas, que eran sólo 15. Se hace furibundo anticlerical y propagandista fervoroso de su nueva fe, de modo que, al regresar de nuevo a la Iglesia, él había convertido ya a otros 135.

Pero María lo esperaba, cuando menos lo pensaba. Era el día 12 de abril de 1947. Ese día estaba preparando un sermón contra la Inmaculada Concepción de María, en un lugar de las afueras de Roma, llamado Tre Fontane, cuando se le apareció la Virgen a él y a sus tres hijos. Su vida cambió radicalmente y se hizo un decidido y fervoroso católico.

En ese mismo lugar, al día siguiente de la aparición, fue a colocar un cartel que decía: "Yo era un colaborador del mal, enemigo de la Iglesia y de la Santísima Virgen. El 12 de abril de 1947, en este lugar, se me apareció a mí y a mis hijos la Santísima Virgen. Dijo que yo debía, con las señales y con las revelaciones que Ella me daba, volver de nuevo a la Iglesia Católica... Amad a María, Ella es nuestra dulce Madre. Amad a la Iglesia. Ella es el manto que nos protege del infierno y de las trabas del mundo. Rezad mucho y manteneos alejados de las pasiones de la carne, de la concupiscencia de los ojos y de la soberbia de la vida. Rezad. Bruno Cornacchiola".

Dos años más tarde, el 8 de setiembre de 1949, colocó una lápida frente a la gruta, en la que se lee: "A esta gruta vine yo, pecador, para prepararme a combatir con mi caballo del yo y de la ignorancia el dogma definido por la Madre Iglesia: la Inmaculada Concepción. Ella misma, tirándome del caballo en el polvo, habiendo tenido misericordia de mí, me habló y me dijo: Tú me persigues ¡ya basta! Desde aquel momento, entró en mí Jesús, Camino, Verdad y Vida... Yo dejé inmediatamente el camino de la perdición, que es el mundo con sus falsas ideologías. Me indicó la verdad y yo dejé inmediatamente la mentira... ¡Viva Jesús! ¡Viva María! ¡Viva el Papa!". Actualmente, en ese lugar, se ha erigido un gran santuario a la Virgen de la Revelación, donde han sucedido muchos milagros y conversiones.

¿Amas a María? ¿Eres humilde como Ella?

Humildad y obediencia

La humildad es un arma poderosísima e invencible contra el maligno, que es la soberbia personificada. Veamos lo que nos dice Santa Teresita del Niño Jesús en su “Historia de un alma”. Ella venció con la humildad una gran tentación contra su vocación la víspera de su profesión: “Se levantó en mi alma la mayor tempestad que había conocido hasta entonces en mi vida... Se me metió en la cabeza que mi vocación era un sueño, una quimera... El demonio me inspiraba la seguridad de que engañaría a las superioras, empeñándome en seguir un camino al que no estaba llamada. Mis tinieblas eran tan grandes que no veía ni comprendía más que una cosa: ¡Yo no tenía vocación!

Me parecía (pensamiento absurdo que demuestra hasta qué punto era tentación del demonio) que, si comunicaba mis temores a mi maestra, ésta me impediría pronunciar mis santos votos... Hice, pues, salir del coro a mi maestra y llena de confusión le manifesté el estado de mi alma. Afortunadamente, ella vio más claro que yo y me tranquilizó por completo. Pero el acto de humildad que había hecho, acababa de poner en fuga al demonio, el cual pensaba, tal vez, que no me atrevería a confesar mi tentación. Apenas terminé de hablar, mis dudas desaparecieron” (MA Fol. 76 v).

Georges Huber, en su libro “El diablo hoy”, cuenta otro caso ocurrido al Padre Marie Eugene, carmelita, a quien él conoció personalmente y cuyo proceso de beatificación ha sido comenzado. Un día, después de dar un retiro en un Carmelo de Francia, le dijeron que una religiosa quería hablar con él. Fue al locutorio y se encontró con una religiosa que se asemejaba enteramente a Santa Teresita del Niño Jesús. Él dice: “Comenzó a hablarme y me hizo toda clase de cumplidos. Me felicitó por la predicación, me aseguró que llegaría a ser un gran predicador y un gran santo, etc. Cuanto más me hablaba, más disgusto sentía dentro de mí. Y le dije: Hermana, ¿qué es la humildad? Ante estas palabras, la religiosa desapareció, reconociendo así que era el demonio en persona que quería tentarme por el orgullo y la soberbia. El diablo no puede resistir la humildad”.

Pero no olvidemos que humildad es obediencia. La obediencia a los legítimos superiores es un acto de humildad, que aleja al maligno. Decía Santa Margarita María de Alacoque que “al espíritu maligno la obediencia le abate y debilita todas sus fuerzas, porque el diablo no tiene poder sobre los obedientes” (Autobiografía V). Santa Faustina Kowalska decía que “un alma desobediente se expone a grandes desventuras y no progresará para nada en la perfección y no obtendrá ningún resultado en la vida espiritual. Dios, en cambio, colma de gracias muy abundantes a las almas obedientes” (Diario I 53). Por eso, no es de extrañar que la Palabra de Dios nos diga que Dios da el Espíritu Santo a los que le obedecen (Hech 5,32).

Obedeciendo al Papa, no nos equivocaremos en nuestra fe. Es lamentable que muchos católicos tengan ideas contrarias a la fe católica, porque se dejan llevar de sus propias ideas y opiniones, pero no quieren obedecer. Y la mejor garantía, para estar seguros de nuestra fe, es obedecer al Papa. A él Cristo le ha nombrado su representante en la tierra y le ha dicho: “A ti te daré las llaves del reino de los cielos. Lo que ates en la tierra, será atado en el cielo y lo que desates en la tierra, será desatado en el cielo”. (Mt 16,19). “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. A ti te daré las llaves del reino de los cielos” (Mt 16,18). Obedecer al Papa es obedecer a Cristo. Por eso es una falacia decir: “Yo obedezco a Cristo, no al Papa”. Porque, como diría San Ambrosio: “Donde está Pedro (el Papa), allí está la Iglesia”. “La Iglesia está edificada sobre la roca de Pedro” (San Jerónimo).

Personalmente, puedo decir que, cuando en mis años de joven sacerdote empecé a criticar ciertas normas de la Iglesia, con las que no estaba de acuerdo, me fui volviendo rebelde y alejándome de la verdad. Esto se acentuó con lecturas extrañas, esotéricas, de cosas raras, e, incluso, de teologías “de moda”. Y empecé a vestir de cualquier manera, a no rezar el breviario ni el rosario, a no hacer apenas oración personal, a celebrar la misa con algunos detalles de mi gusto “personal”... y así llegaron las dudas sobre mi vocación sacerdotal y sobre la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Sin darme cuenta, el diablo estaba ganando la batalla y me estaba haciendo perder la fe y la vocación. La desobediencia nos aleja de Dios, la obediencia nos lleva a la verdad y al amor de Dios. Ahora estoy convencido de la verdad de nuestra fe católica. Me siento feliz de ser sacerdote y, si mil veces naciera, mil veces me haría sacerdote.

Gracias, Señor, por la Iglesia, que es “columna y fundamento de la verdad” (2 Tim 3,15) y me garantiza la verdad contra las mentiras del maligno. La obediencia y la humildad nos defienden del mal y nos hacen ganar la batalla contra el maligno. Como diría San Agustín: "Lucha de manera que ganes. Gana de manera que recibas la corona, pero sé humilde; si no, caerás en la batalla" (Comentario a la Carta de S. Juan 2,7). Porque para seguir a Cristo "el camino es: primero, humildad; segundo, humildad; tercero, humildad; y cuantas veces me lo preguntes, otras tantas te diré lo mismo" (Carta 118,22). Si eres humilde, no confiarás en tus propias fuerzas, sino en Jesús y con Él la victoria está asegurada. Él te dice: "No tengas miedo, solamente confía en Mí" (Mc 5,36). "No tengas miedo, yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).

¿Eres obediente y humilde? ¿Pides estas virtudes?

Objetos benditos

Algunas armas que podemos usar en la lucha contra el maligno son las imágenes benditas, la cruz, medallas, velas y agua bendita, etc. La bendición sacerdotal hace que los objetos bendecidos lleven un sello o marca interior; como si dijera "propiedad del Señor", irradiando luz y amor. Por eso, debemos tratarlos con veneración y respeto.

La beata Ana María Catalina Emmerick tenía el don de la hierognosis, que es un don sobrenatural para distinguir claramente los objetos bendecidos de los que no lo están, y las hostias consagradas de las que no lo son, así como las reliquias verdaderas de las falsas. Dice en sus escritos: "Veo la bendición y sus efectos sobre las cosas benditas como gracias que santifican y salvan, como luz que difunde luz; y lo malo, la culpa, la maldición las veo como cosas oscuras y tenebrosas, produciendo efectos de perdición... He visto cuán admirables bendiciones nos vienen de oír la misa y que con ellas son impulsadas las buenas obras y, muchas veces, el oírla a una sola persona de una familia basta para que las bendiciones del cielo desciendan ese día sobre toda la familia... Qué grande es la bendición sacerdotal. Penetra hasta el purgatorio y consuela como rocío del cielo a las almas, a quienes con fe firme bendice el sacerdote... Es muy triste la negligencia de algunos sacerdotes en nuestros días respecto a las bendiciones. No parece sino que no saben lo que son estas bendiciones. Muchos, apenas creen en su virtud y se avergüenzan de ellas como de ceremonias anticuadas y supersticiosas, otros usan este poder y gracia, que Jesucristo les ha concedido, sin atención y como de paso. Cuando ellos no me bendicen, Dios me suele bendecir; pero, como el mismo Dios ha instituido el sacerdocio y le ha otorgado la potestad de bendecir, casi desfallezco por el deseo de recibirlas... Cuando era niña, me sentía involuntariamente atraída, cuando un sacerdote pasaba cerca de la casa de mis padres. Si por acaso, ocurría encontrarme apacentando las vacas, las dejaba, encomendándolas al ángel de mi guarda, y salía a recibir la bendición sacerdotal... Los sonidos de las campanas benditas los percibía como si fueran rayos de bendición, los cuales ahuyentaban a Satanás. El sonido de las campanas benditas es para mí más santo, más alegre, más vigoroso y suave que todos los demás sonidos".

También es poderosa la sal bendita, dejada en los rincones de las habitaciones. Sobre el agua bendita dice Santa Teresa de Jesús: "Debe ser grande la virtud del agua bendita, para mí es muy particular y muy conocida consolación que siente mi alma, cuando la tomo... Tengo experiencia de que (los demonios) no hay cosa de que huyan más para no tornar; de la cruz también huyen, pero vuelven" (Vida 31,4). La Vble. Ana de Jesús dice en el proceso de beatificación de Santa Teresa: “La santa jamás emprendía un viaje sin llevar agua bendita. Sufría mucho si se olvidaba. Por eso, nosotras llevábamos un pequeño frasco de agua bendita colgado de la cintura y ella quería tener el suyo”.

El Padre Gabriel Amorth dice que un día estaba exorcizando a un endemoniado y se le acercó el sacristán con el calderillo del agua bendita y, de repente, el demonio se dirigió al sacristán diciéndole: "Con esa agua lavarás tu hocico". Sólo entonces se dio cuenta de que había llenado el calderillo con agua que no había hecho bendecir.

Sobre el poder del crucifijo bendito, escribe la Vble. Sor Mónica de Jesús en una carta a su director espiritual. “Una noche vino “matachín” (el diablo) y quería tirarme al suelo. Yo tenía el crucifijo en la mano y se lo puse delante y le dije: No me tocarás, porque tengo a Jesús y puede más que tú, míralo. El diablo huía del lado que tenía a Jesús para cogerme por el otro y yo, en seguida, llevaba a Jesús y no me podía tocar, porque ni siquiera quería mirar a Jesús. Una de las veces, se cayó él y le puse el pie en el cuello, pues aquella noche vino en forma de un hombre muy negro y le dije: Vete al infierno, que allí haces falta y deja a los hombres que amen a Jesús... Lo dejé, pues me encontraba con una fuerza sobrenatural que no era mía y de buena gana hubiera bajado al infierno y me hubiera puesto en las puertas para que nadie bajara allí de las almas que Jesús ha redimido con su preciosa sangre” (26-1-1915).

Sobre las imágenes benditas, es muy conocido lo que le decía Jesús a Santa Margarita María de Alacoque: “Que Él, que es la fuente de todas las bendiciones, las derramará abundantemente en todos los lugares donde sea honrada la imagen del Sagrado Corazón” (Carta 131). A los que se consagren a su divino Corazón y propaguen esta devoción les ha prometido que jamás los dejará perecer, que Él será su asilo seguro contra las asechanzas de sus enemigos y dará paz a sus familias. Y esto sin contar la promesa de salvación a los que se confiesen y comulguen los nueve primeros viernes, al igual que los cinco primeros sábados (según promesa de María a Lucía de Fátima). Y no olvidemos la promesa de salvación a los que vistan el escapulario del Carmen en la hora de la muerte y las enormes bendiciones que recibirán los que lleven la medalla, llamada “milagrosa”. Y qué decir también de las grandes bendiciones que reciben los que acuden a lugares benditos como santuarios, Iglesias o capillas, donde está la presencia real de Jesús, donde se ha aparecido la Virgen María y quizás hay fuentes de agua para curación de los enfermos... Los objetos benditos irradian amor y paz, y nos defienden del maligno.

¿Das tú importancia a las cosas benditas y a la bendición sacerdotal?

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